“Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo”
(Hechos 17:21)
Vivimos en una época donde hay un gran deseo por aquello que es nuevo y diferente. La tendencia parece ser que aquello que es viejo debe irse porque lo nuevo debe ser mejor. El mundo constantemente desea cambios y nosotros no nos sorprendemos por ello porque nada de lo que el mundo provee, nunca podrá satisfacer al alma humana. Pero lo que es alarmante es la manera en que estas tendencias han invadido a la iglesia. Han traído tantos estragos a aquellas iglesias que alguna vez se mantuvieron temerosas ante la verdad bíblica y donde el evangelio de gracia fue claramente proclamado, ellas ahora han llegado a ser casi irreconocibles. Tales deseos son los síntomas de un descontento profundo con la iglesia que ha sido dada por Dios.
El Paraíso
Nosotros vemos esta triste característica en el mismo nacimiento de la historia humana. Nuestros primeros padres fueron puestos por Dios en el paraíso, un ambiente perfecto, pero pronto el tentador vino a ellos con la sugerencia que ellos podían tener algo más, algo diferente, algo mejor que el estado en que Dios los había puesto; y de esa manera el pecado entró en el mundo.
Israel
Nosotros podemos seguir en la historia bíblica y pensar en Israel en el desierto. Ellos tenían lo que Dios les había proveído – mana del cielo – pero pronto ellos estuvieron insatisfechos y neciamente desearon aquello que fue parte de su estado de esclavitud. “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos... Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ... nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano” (Num 11:5-6; 21:5)
No mucho tiempo después siguió la rebelión de Coré, Datán y Abiram. Coré era un levita, uno de la tribu que asistía a los sacerdotes en sus tareas y tenía muchos privilegios. Pero él no estaba satisfecho con aquello, él quería un cambio, él quería más, algo diferente, algo nuevo – él quería el sacerdocio mismo. Moisés le dijo a él: “¿No os es suficiente que el Dios de Israel os haya separado del resto de la congregación de Israel, para acercaros a sí, a fin de cumplir el ministerio del tabernáculo del SEÑOR, y para estar ante la congregación para ministrarles, y que se te ha acercado a ti, Coré, y a todos tus hermanos, hijos de Leví, contigo? ¿Y pretendéis también el sacerdocio?” (Num 16:9-10)
Moisés
Moisés reconocía este deseo peligroso de cambio, cuando él hace un resumen de la conducta de los israelitas durante los cuarenta años en el desierto. Él dijo: “Ellos abandonaron al Dios que lo hizo, y menospreció a la Roca de su salvación. Le provocaron a celos con dioses extraños, con abominaciones le provocaron a ira. Ofrecieron sacrificios a ... dioses nuevos que vinieron recientemente, a los que vuestros padres no temieron. Despreciaste a la Roca que te engendró, y olvidaste al Dios que te dio a luz. (Dt 32:15-18)
El Arca
Mucho después, en los días de David, cuando el Arca del Pacto estaba siendo traída a Jerusalén, la orden divina para transportarla – en los hombros de los levitas – fue abandonada y en su lugar se lee que: “Y llevaron el arca de Dios de la casa de Abinadab en un carro nuevo, y Uza y Ahío guiaban el carro” (1Cr 13:7) El resultado de ello fue que Uza tocó el Arca y el Señor lo hirió. Posteriormente, David se aseguró que el Arca fuera transportada de la manera correcta, diciéndole a los levitas: “Puesto que no la llevasteis la primera vez, el SEÑOR nuestro Dios estalló en ira contra nosotros, ya que no le buscamos conforme a la ordenanza” (1Cr 15:13)
Una extensa parte de la historia siguiente de Israel es un triste registro de sus fallas en preservar y atesorar todo lo que Dios les había dicho a ellos y sus desviaciones para seguir las prácticas del mundo que les rodeaba. Todas sus desviaciones les trajeron problemas y juicios terribles sobre ellos.
Los Apóstoles
En los días de los apóstoles descubrimos que las iglesias pronto comenzaron a escuchar a aquellos quienes les imponían prácticas que no estaban autorizadas por la Escritura; de hecho, una serie de las epístolas de Pablo fueron escritas para tratar con tales problemas.
Posteriormente, la historia de la iglesia nos da diferentes ejemplos de esta tendencia venenosa, pero la situación de hoy parece haber alcanzado proporciones incomparables. Nosotros vemos ahora un deseo casi frenético por cosas nuevas – nuevas versiones de la Escritura, nuevos himnarios, nuevos estilos de predicación, nuevos métodos de evangelismo, nuevos enfoques de adoración caracterizados por lo que podemos llamar “una actitud amigable y familiar” la cual por lo general degenera en una profana y, a veces, en una situación totalmente descontrolada. Hay una insatisfacción con la manera ordenada y reverente en la cual la iglesia ha adorado por siglos, y muchos ahora parecen ser ley absoluta para ellos mismos en la cual la novedad, y no la Escritura, es el rey.
Si no fuera porque creemos en la soberanía de Dios y de cierto conocimiento que El obra todas las cosas para el bien de Su iglesia y para Su gloria, el estado de la iglesia profesante y mucho del evangelicalismo moderno nos llevaría a la desesperanza.
Locura
Podemos resumir diciendo que una especie de locura ha vencido a muchas iglesias hoy, una locura que las conduce a comportarse en formas que para muchos de nosotros parece incomprensible y casi increíble. Pero aunque tal comportamiento parece ser una característica peculiar de esta presente era, nosotros encontramos una situación bíblica, hace tiempo, en la cual un líder respetable del pueblo de Dios actuó en una forma irresponsable y malvada.
Aarón
Me refiero a Aarón, quien malvadamente cedió a las demandas de los israelitas mientras Moisés estaba lejos en la montaña recibiendo la Ley de Dios. ¿Puede usted creer lo que hizo Aarón? Parece que alguna locura se hubiera apoderado de él. A pesar que era un líder, actuó de una manera totalmente irresponsable y en respuesta al deseo tonto del pueblo, él hizo un becerro de oro. Antes de ello construyó un altar y luego hizo una fiesta para el Señor. Como si pudiera comportarse de una forma vil y todavía creer él que podría dirigir al pueblo en la adoración de Jehová.
¿No debió Aarón mantenerse firme? ¿Qué clase de líder fue él para ceder a la demanda popular y dar paso a la agitación carnal? Él era un buen hombre, un hombre piadoso; pero en esta ocasión él demostró una debilidad lamentable. Aunque fuera un buen hombre, él no era un Moisés. El falló cuando el momento de crisis llegó. Y sus excusas fueron tristemente débiles, por lo que Moisés dijo: “¿Qué te ha hecho este pueblo para que hayas traído sobre él tan gran pecado? Y Aarón respondió: “No se encienda la ira de mi señor; tú conoces al pueblo, que es propenso al mal. Porque me dijeron: ‘Haznos un dios que vaya delante de nosotros’;...y yo les dije: ‘El que tenga oro, que se lo quite’. Y me lo dieron, y lo eché al fuego y salió este becerro” (Exo 32:21-24)
Aarón quería dar a entender que él no era realmente responsable., pero nosotros leemos en Éxodo 32:4 que “él los tomó de sus manos y les dio forma con buril, e hizo de ellos un becerro de fundición. Y ellos dijeron: Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto” Esta fue una locura de primerísimo orden, y la gran ira de Dios se observa claramente en las palabras que encontramos en Deuteronomio 9:20 donde Moisés le dijo al pueblo: “Y el SEÑOR se enojó tanto con Aarón que quiso destruirlo; y también intercedí por Aarón al mismo tiempo”
La Necesidad
Hay una gran necesidad hoy por líderes como Moisés en la iglesia. Hombres que se mantengan firmes, hombres que no se dejen llevar por falsas doctrinas ni por la oposición, ya sea que éstas vengan desde dentro de la iglesia o fuera de ella.
Palabras Fuertes
Los días en los cuales vivimos son muy similares a aquellos en los cuales vinieron palabras duras de muchos de los profetas. Isaías se dolió en sus días y se lamentó: “Se ha vuelto atrás el derecho, y la justicia permanece lejos; porque ha tropezado en la plaza la verdad, y la rectitud no puede entrar. Sí, falta la verdad, y el que se aparta del mal es hecho presa. Y lo vio el SEÑOR, y desagradó a sus ojos que no hubiera derecho.” (Isa 59:14-15) Tales palabras son siniestramente aplicables a la situación en la cual nos encontramos hoy. Vivimos en días de presiones tremendas, las cuales hacen constantemente grandes demandas sobre nosotros, y necesitamos orar ardientemente por aquella gracia por la cual nos capacita a nosotros para “que podamos resistir en el día malo (Ef 6:13) Para resistir hasta aquel día cuando Dios mismo, quien es el Único que tiene el derecho, haga “todas las cosas nuevas” (Ap 21:5)
[Escrito por Rev. F.J. Harris – Traducido por Guillermo de Lama]
Excelente articulo,apenas conozco y visito esta pagina que me la recomendó un hermano en Colombia.
ResponderEliminarBendiciones.