Por ahí andan engañadores cuyo trabajo consiste en apartar a
la gente de los principios de la religión: “os he escrito esto sobre los que os
engañan” (1Jn 2:26). Los engañadores son los agentes del diablo, los mayores
criminales que existen, los cuales te despojarán de la verdad.
Estos seductores tienen un pico de oro y pueden endosarte
mala mercancía; son hábiles engañadores (cf. Ef 4:14). El término griego tiene
que ver con los lanzadores de dados, capaces de hacer que estos caigan de la
manera que les resulte más ventajosa. Dichos engañadores, pues, son tramposos
lanzadores de dados, que pueden de tal manera disimular y falsificar la verdad
que estafan a otros y los embaucan con sabiduría de palabras: “con suaves
palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Ro 16:18). Utilizan
frases elegantes y refinadas, y un lenguaje halagador, con los cuales seducen a
los más débiles.
Otra de sus habilidades es aparentar una extraordinaria
piedad, para que la gente los admire y absorba su doctrina. Parecen hombres
santos y celosos, así como inspirados por Dios, y reivindican nuevas
revelaciones.
Un tercer fraude de los engañadores consiste en calumniar a
los sanos maestros ortodoxos. Querrían eclipsar, como negros vapores que
oscurecen la luz del Cielo, a aquellos que son portadores de la verdad.
Difamarán a otros para poder ser más admirados ellos mismos. Así, los falsos
maestros menospreciaban a Pablo, a fin de que los recibieran a ellos (cf. Ga
4:17)
Y la cuarta estafa de los engañadores consiste en predicar
la doctrina de la libertad: como si los hombres estuvieran liberados de la ley
moral – tanto de su gobierno como de su maldición – y como si Cristo lo hubiera
hecho todo por ellos, no teniendo ellos que hacer nada en absoluto. Así,
convierten la doctrina de la libre gracia en una llave para abrir la puerta a
toda clase de libertinaje.
(Tomado del “Tratado de Teología” de Thomas Watson)
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