martes, 24 de febrero de 2015

La decreciente autoridad de Cristo en las iglesias (Parte 1)

Este es el sufrimiento de mi corazón. Si bien no clamo para mí ninguna inspiración especial, sin embargo siento que este es también el sufrimiento del Espíritu Santo.

Yo conozco mi corazón y sé que el amor es lo que me motiva a escribir esto. Lo que escribo aquí no es una amargura fermentada agitada por las contiendas con mis compañeros cristianos. No ha habido tales contiendas. Yo no he sido abusado, maltratado o atacado por alguno. Estas observaciones tampoco han surgido por alguna experiencia desagradable que he tenido con los demás. Mis relaciones con los cristianos de mi propia iglesia, así como con los cristianos de otras denominaciones han sido amistosas, con cortesía y placenteras. Mi dolor es simplemente el resultado de una condición la cual yo creo que está prevaleciendo en todas las iglesias.

También creo que debo reconocer que yo mismo estoy muy involucrado en la situación que aquí lamento. Como Esdras en sus poderosas oraciones de intercesión se incluía él mismo entre los obradores de maldades, así yo también. “Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo” (9:6) Cualquier palabra dura hablada aquí en contra de los demás, debe entenderse como hablada también contra mi propia persona. Yo también he sido culpable. Esto lo he escrito con la esperanza que todos nosotros podamos volvernos al Señor nuestro Dios, y no pequemos más contra Él.

Permítame decir la causa de mi sufrimiento. Es esta: Jesucristo tiene hoy casi ninguna autoridad entre los grupos que se que se llaman ellos mismos por Su Nombre. Por estos no me refiero a los Católicos-Romanos, no a los liberales ni a los diversos cultos quasi-cristianos. Yo me refiero a las iglesias protestantes en general, aquí incluyo a aquellos que protestan más fuerte diciendo que ellos son los descendientes espirituales de nuestro Señor y Sus apóstoles; es decir, los evangélicos.

Es una doctrina básica del Nuevo Testamento que luego de Su resurrección Jesús, el Hombre, fue declarado por Dios como Señor y Cristo, y que Él fue investido por el Padre con absoluto señorío sobre la iglesia la cual es Su cuerpo. Toda autoridad es de Él en el cielo y en la tierra. En Su debido tiempo Él la ejercerá plenamente, pero durante este periodo de la historia, Él permite que Su autoridad sea desafiada por el mundo e ignorada por la iglesia.

La posición actual de Cristo en las iglesias evangélicas puede ser comparada con la de un rey en una monarquía limitada y constitucional. El rey algunas veces es privado de su personalidad por medio del término “la corona”; el cual, en algunos países, no es más que un punto de unión tradicional, un símbolo de agradable unidad y lealtad al igual que una bandera o un himno nacional. Él es halagado, agasajado y apoyado; pero su autoridad real es poca. Nominalmente él es la cabeza de todo, pero en cada crisis alguien más es quien toma las decisiones. En ocasiones formales él aparece en su atuendo real para pronunciar un discurso manso y descolorido, puesto en su boca por los verdaderos gobernantes del país. Todo esto puede ser una buena fantasía, pero está arraigada desde la antigüedad, esto es muy agradable y nadie quiere renunciar a ello.

Entre las iglesias evangélicas, Cristo es ahora de hecho un poco más que un símbolo amado. “Clamamos el poder del Nombre de Jesús” es el himno nacional de las iglesias y la cruz es su bandera oficial, pero sobre los servicios de la iglesia semana-tras-semana, y sobre la conductas de sus miembros día-tras-día; alguien más, no Cristo, es el que toma las decisiones. En circunstancias apropiadas a Cristo se le permite decir: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados” (Mt 11:28) o “no se turbe vuestro corazón” (Jn 14:1) pero cuando el discurso se termina, alguien más es quien se hace cargo. Aquellos quienes están en autoridad verdadera deciden los estándares morales de la iglesia, así como sus objetivos y los métodos empleados para alcanzarlos. Debido a la organización grande y meticulosa es ahora posible para el pastor más joven, recién salido del seminario, tener más autoridad verdadera en una iglesia que la que Jesucristo tiene.

No solamente Cristo tiene poca o ninguna autoridad sobre la iglesia, Su influencia también está decayendo más y más. Yo no diría que Él no tiene ninguna influencia, sólo que ésta es pequeña y decreciente. Un paralelo justo sería la influencia de Abraham Lincoln sobre el pueblo norteamericano. El honesto Abraham todavía es el ídolo del país. La imagen de su rostro amable y robusto, tan hogareño que es hermoso, aparece por todas partes. Es fácil que se nos pongan los ojos llorosos sobre él. A los niños se les cría con las historias de su amor, su honestidad y humildad. Pero luego de haber conseguido el control de sus tiernas emociones ¿Qué les hemos dejado? Nada más que un buen ejemplo que, conforme se va alejando en el pasado, se convierte más y más irreal y ejerce una influencia cada vez menor. Cada canalla está listo para colocarse el largo abrigo negro de Lincoln encima de él. En la fría luz de los hechos políticos en los Estados Unidos, la apelación constante a Lincoln hecha por los políticos es una broma cínica.

El señorío de Jesús no está olvidado del todo entre los cristianos, pero ha sido relegado en su mayoría al himnario donde toda responsabilidad hacia Su señorío puede ser cómodamente cumplido con un resplandor de agradable emoción religiosa. O si se enseña como una teoría en el aula, es raramente aplicado a la vida práctica. La idea de que Jesucristo el Hombre tiene autoridad final y absoluta sobre toda la iglesia y sobre todos los miembros en cada detalle de sus vidas simplemente no es aceptada hoy como verdadera por la tropa de los cristianos evangélicos.

Un extracto del título original en inglés: “The waning authority of Christ in the churches” escrito por A.W. Tozer

Traducción libre realizada por el pastor Guillermo de Lama, de la Iglesia Bautista Reformada Gracia Soberana en Lima - Perú


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