Pero ¿De qué sirve, y de qué valor era su confesión? El arrepentimiento que nació en la tormenta, muere en la calma; el arrepentimiento de aquel que fue concebido en medio del trueno y del relámpago, termina tan pronto cuando todo enmudece y está en calma; y el hombre que fue un marinero piadoso cuando estaba a bordo de la nave, se convierte en el marinero más malvado y abominable cuando ha puesto su pie en tierra firme.
¡Con cuánta frecuencia también hemos visto esto en una tormenta de truenos y rayos! ¡Muchas mejillas de los hombres empalidecen al oír los potentes truenos, y las lágrimas brotan de sus ojos y claman “Oh Dios, he pecado”! mientras que las vigas de sus casas están temblando, y el mismísimo suelo tambalea debajo de ellos al escuchar la voz de Dios en toda Su majestad. Pero, ¡Ay, por tal arrepentimiento! Cuando el sol nuevamente brilla, y se han retirado las negras nubes, el pecado viene de nuevo sobre el hombre, y se vuelve peor que antes. ¡Cuántos de la misma clase de confesión, hemos visto también en los tiempos de cólera, fiebre y peste! Entonces nuestras iglesias han sido abarrotadas de oyentes, quienes, por causa de los muchos funerales que han cruzado sus puertas, o por tantos que han muerto en la calle, no han podido abstenerse de ir a la casa de Dios para confesar sus pecados. Y bajo tal visita, cuando uno, dos o tres han muerto en la casa o en la del vecino ¡Cuántos han pensado verdaderamente que tendrían que volverse a Dios!
Pero, ¡ay! Cuando la peste ha terminado su trabajo, la convicción termina; y cuando la campana ha anunciado la última muerte causada por el cólera, entonces sus corazones dejan de latir con arrepentimiento y sus lágrimas no fluyen más… ya de nada sirve para ellos decir: “he pecado”; únicamente lo dicen bajo la influencia del terror, para olvidarlo después.
Charles H. Spurgeon.
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