viernes, 4 de junio de 2010

PELAGIO Y LA IGLESIA DE NUESTROS DIAS

"El hombre es impotente respecto a su voluntad. No tiene ninguna voluntad inclinada favorablemente hacia Dios. Creo en el libre albedrio; pero en aquella voluntad que es libre para actuar de acuerdo con su naturaleza. Una paloma no tiene voluntad de comerse el cadáver de un animal muerto; ni un cuervo tiene la voluntad de comer la comida limpia de una paloma. ¿Por qué? ¿Por qué sus voluntades no son libres de hacerlo? No en el sentido de que ellos sean "Forzados". Ponga la naturaleza de la paloma en el cuervo y éste comerá la comida de la paloma. Y del mismo modo, Satanás no puede tener voluntad alguna mas que para todo lo malo. Y el pecador (en su naturaleza pecadora y no regenerada) (y a quién la Escritura lo describe como "Hijo del diablo") nunca podrá tener una voluntad que pueda estar de acuerdo con Dios. Para esto debe ser nacido otra vez."
- J Denham Smith (Traducido al español por Guillermo de Lama)

Uno de los males que arrastra el movimiento evangélico hasta nuestros días, desde los tiempos de Agustín de Hipona, es la enseñanza que el hombre puede buscar a Dios haciendo uso del “Libre albedrio” que su creador le ha dado.

Un pensamiento de esta naturaleza encierra en el fondo la idea que el hombre no esta muerto en delitos y pecados; sino que aun mantiene en su alma algo que pueda marcar la diferencia entre salvarse o perderse. Es decir, que Dios hace el noventa y nueve por ciento para redimir al hombre pero éste debe hacer ese uno porciento necesario para completar el mismo su propia salvación.

Un argumento como este, hace que la salvación descanse, finalmente, en la voluntad de aquel cuya naturaleza es pecaminosa e inclinada solamente al mal.

Los que sostienen esta tesis, argumentan que si Dios es justo; entonces cuando ordena a su criatura a hacer algo, debe haberle concedido a esa misma criatura la capacidad moral en si misma para poder realizarla; o de otra manera Dios nunca exigiría eso.

Estos fueron unos los argumentos de un monje británico que vivió en el siglo V cuyo nombre era Pelagio.

La doctrina de este monje, desde aquel siglo y en diferentes concilios de la iglesia cristiana, fue declarada como una herejía.

Sin embargo, el pensamiento pelagiano aun vive y es considerado como sana doctrina, aun por muchos ministros que se autodenominan bíblicos.

Ellos dicen: “El hombre esta verdaderamente muerto en delitos y pecados” así lo enseña la Escritura, pero en la práctica sus “métodos evangelisticos” exhiben la influencia pelagiana y niegan con sus actos lo que afirman con sus bocas.

Ellos no pueden entender que la Ley de Dios, que estuvo en el corazón del Hacedor desde la eternidad pasada (antes de haber creado los cielos y la tierra) no fue rebajada, ni ajustada a la naturaleza caída del hombre. Sus requerimientos son santos, así como Su corazón es santo; de la abundancia del corazón habla la boca.

Pero, si Dios requiere del hombre algo que el mismo hombre puede cumplir; ¿Cómo pueden arreglársela con versículos como estos?:

1Pe 1:16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

Dios demanda al hombre que seamos santos de la misma manera que El lo es. Ahora, Dios es tres veces santo ¿Podemos también nosotros, los creyentes, ser tres veces santo?

Deu 10:16 Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz.

Esta es otra demanda de Dios ¿Puede el hombre sin Cristo hacer esto por si mismo?

Dios demanda la circuncisión del corazón, pero es finalmente El mismo quien la puede llevar a cabo:

Deu 30:6 Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.

Col 2:11 En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano.

Por el contrario, Dios afirma claramente en Su Palabra:

Jer 13:23 ¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?

La voluntad humana, o el libre albedrio, como resultado del pecado de Adán, permanece sin el querer ni el poder de escoger a Dios, sino que es esclava de los malos deseos e inclinaciones de un corazón no regenerado.

Los nacidos de Dios, no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:13)

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