domingo, 25 de enero de 2015

Respondiendo a la oposición y persecución

Es imposible vivir una vida cristiana fiel sin experimentar oposición y persecución. Jesús prometió a sus discípulos que en este mundo nosotros “tendremos tribulación” (Juan 16:33) y Pablo advierte a Timoteo que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Dada esta realidad inevitable ¿Cómo, entonces, deben responder los seguidores de Jesús a este trato?

El Señor Jesús responde claramente cuando dice: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44) y “bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (Lucas 6:28) Esto es lo que también enseñan los apóstoles: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Romanos 12:14); “no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1Pedro 3:9)

Es natural ponerse a la defensiva o a la combativa cuando uno es maltratado. Pero la forma en que Cristo nos llama a responder es con humildad y amor. Mientras recordemos nuestros pecados y lo que realmente merecemos, seremos humildes. Al recordar a nuestros oponentes y lo que en realidad ellos necesitan, desearemos verlos bendecidos.

Dos ejemplos sobresalen en mi mente como una ilustración de esta clase de gracia obrando. El primero viene de una escena fascinante en la vida del rey David. Cuando su hijo, Absalón, usurpó su trono, David fue forzado a huir de Jerusalén. Al inicio de su viaje, Simei lo confrontó a él y a su compañía, tirándoles piedras y maldiciendo a David, “¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y perverso! Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl, en lugar del cual tú has reinado, y Jehová ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón; y hete aquí sorprendido en tu maldad, porque eres hombre sanguinario” (2 Samuel 16:7-8)

Esas palabras tuvieron suficiente verdad para perforar la consciencia de David. Uno de sus hombres poderosos, Abisaí, quería decapitar a aquel “perro muerto”, Simei; pero David, recordando su propio pecado y la soberanía de Dios sobre tales eventos, se negó a permitir cualquier respuesta vengativa y dejar el problema con Dios.

El segundo ejemplo viene de la vida de George Whitefield, el evangelista del siglo 18vo quien fue grandemente usado en el Gran Avivamiento. A menudo era abusado por sus oponentes, recibiendo la fruta podrida y gatos muertos que en ocasiones le lanzaban. Tal vez nada lo hirió más profundamente que ser difamado en el Nombre de Cristo por sus compañeros ministros del evangelio. El describe una de tales ocasiones que se llevó a cabo un domingo por la mañana en Charleston, Carolina del Sur en 1740. Whitefield dijo:
Por la mañana, fui a la iglesia, y escuché predicar al comisario (representante del obispo de Londres). Tenía algún espíritu infernal que había sido enviado para retratarme, creo que difícilmente era posible que él pudiera haberme pintado con colores más horribles. Creo que en ese entonces, como nunca,  fue el tiempo en que toda clase de mal fue hablado contra mí en el Nombre de Cristo. El comisario parecía estar escudriñando la historia de la iglesia por ejemplos de entusiasmo y abuso de la gracia. El trazó un paralelo entre mi persona y los Olivarios, Ranteros, Quakeros, profetas franceses, hasta que él llegó a una familia de los Dutartos, quienes vivieron no muchos años atrás, en Carolina del Sur, y fueron culpables de los incestos y asesinatos más notorios.

¿Cómo habría respondido usted al ser señalado de esa forma, con tales mentiras y desprecios en un sermón de un domingo por la mañana? La respuesta de Whitefield nos demuestra la manera de Cristo:
Para el honor de la libre gracia de Dios se habló, mientras que el comisario estaba representándome de esa manera, yo sentí que el Bendito Espíritu fortalecía y refrescaba mi alma. Dios, al mismo tiempo, me permitió ver lo que yo era por naturaleza, y cómo yo había sido merecedor de Su ira eterna; y, por lo tanto, yo no sentí el menor resentimiento contra el predicador. No; más bien sentí lastima, y oré por él, yo deseé desde el fondo de mi alma que el Señor le convirtiera como una vez lo hizo al perseguidor Saulo, y le conceda saber que es a Jesús a quien él persigue. En la noche, muchos vinieron, fui informado, para escuchar lo que yo diría; pero como el comisario insinuó que sus sermones deben imprimirse, y como ellos estaban llenos de falsedad maliciosa, me mordí la lengua e hice poca o ninguna respuesta.

Esta es precisamente la forma en que nuestro Señor respondió cuando Él sufría para lograr nuestra salvación. Al hacerlo así, Él estaba dándonos un ejemplo de cómo nosotros quienes lo seguimos, debemos responder: “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1Pedro 2:23)

Los cristianos debemos recordar que nuestro Maestro aseguró nuestra salvación a través del sufrimiento y la crucifixión. La senda a la que estamos llamados a caminar mientras nos ocupamos en la salvación de nuestras propias vidas, no es diferente. Como siervos, no estamos por encima de nuestro Maestro. Por la gracia que viene por medio de nuestro Señor, podemos aprender a vivir por fe en Él para que no respondamos a la oposición y persecución de la misma forma en que lo hacen aquellos quienes no conocen Su gracia. Al hacer esto, demostramos que hay un poder más grande que nuestras propias fuerzas obrando en nuestras vidas y que proporciona una plataforma para que la fuente de este poder sea proclamado con una credibilidad persuasiva.


Escrito por el pastor Tom Ascol, de la iglesia Grace Baptist Church

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